Esa tarde llovía en Carballo y como no queríamos quedarnos encerrados en el albergue, cogimos la furgoneta y fuimos hasta el cabo Finisterre. La lluvia, afortunadamente, nos dio una tregua y pudimos caminar hasta el faro.
Allí, en el límite del continente, vimos una de las puestas de sol más tardías y espectaculares de la Península. En este lugar que sigue manteniendo un halo de magia y de misterio, aunque ahora sepamos que no es en realidad el fin de la tierra, pasamos un rato apacible y muy agradable.
La brisa del océano y las vistas merecieron el traslado en furgoneta y el paseo. Un buen plan para terminar nuestra jornada.