LO QUE LA NIEVE NOS TRAE

Ayer, de pronto, todo se cubrió de blanco en pocas horas. Los niños de Madrid miraban hipnotizados caer los copos desde las ventanas de los colegios y más de un profesor tuvo que ingeniárselas para ser más interesante que el paisaje de hormigón cubierto poco a poco por el famoso “manto blanco”. Muchos conductores tuvieron que armarse de paciencia en atascos interminables. Vuelos cancelados, retrasos en las estaciones.

La nieve nos obligó a parar,
a contemplar el cambio inesperado.

En Cercedilla también la nieve ha hecho acto de presencia y testigo del milagro ha sido un grupo de chicos del Hogar acompañados por trabajadores y voluntarios, niños y mayores, familia.

 

En torno al fuego de la casa llegan algunas visitas, comparten una taza de café, el mejor tiramisú o un buen arroz. Es el Cercedilla de siempre pero en versión invernal, con sus lugares comunes, sus espacios repletos de recuerdos y también de planes, quizás para el próximo verano. El Hogar de esos lazos que cuesta a veces definir y que nos han cambiado alguna vez la vida, ni más ni menos, desde la reciprocidad. El Hogar de Don Orione, el mismo que vivió fríos inviernos en el rescate a unos niños en Monte Bove o ayudando en el terremoto de Reggio Calabria de 1908, cuando el frío mostraba su lado menos amable con los más débiles.

 

La nieve en Cercedilla renueva el aire, y las amistades, y los encuentros. Renueva una parte de nosotros que quizás tenga algo de tópico, de peli americana o de postal navideña, que nos impulsa a tirarnos bolas de nieve o deslizarnos por una cuesta. Pero también nos recuerda esta nieve de febrero, sin grandilocuencias ni cursilerías, lo tremendamente frágiles que somos, la necesidad de una mano que me sujete antes de estrellarme por los suelos. O el poder maravilloso de un buen abrazo.